En la primavera de 2020, la crisis de salud vinculada a la pandemia de la COVID-19 paralizó al mundo entero, pero el tráfico ilícito de bienes culturales no se ha detenido, todo lo contrario
Por Ernesto Ottone Ramírez
Subdirector General de Cultura, UNESCO
Los traficantes de bienes culturales se han aprovechado de la seguridad reducida en los sitios arqueológicos y los museos para realizar excavaciones ilegales y robos, con impunidad.
Las cifras lo demuestran: la atracción por mosaicos, urnas funerarias, esculturas, estatuillas o manuscritos antiguos nunca ha sido mayor. La presión de esta demanda ha ayudado a alimentar el mercado ilegal de obras de arte y antigüedades, que ahora opera principalmente en línea, a través de plataformas que a menudo prestan poca atención a la procedencia original de los objetos.
Las organizaciones criminales y terroristas se han apresurado a aprovechar esta brecha, utilizando el comercio ilícito para financiar sus actividades o lavar sus ingresos.
Desde 2014, ISIS ha organizado un saqueo masivo y metódico de sitios arqueológicos y museos en las partes de Siria e Irak bajo su control.
Actualmente, se cree que el flujo ilícito de bienes culturales es el tercero en volumen, después de las drogas y las armas. Un tema cultural, este negocio turbio que prospera en áreas asoladas por conflictos, también se ha convertido en una amenaza para la paz y la seguridad internacionales.
La Convención de la UNESCO de 1970 sobre las Medidas para Prohibir y Prevenir la Importación, Exportación y Transferencia de Propiedad Ilícitas de Bienes Culturales, que este año celebra su cincuentenario, es más crucial que nunca en esta lucha.
En medio siglo se ha logrado mucho para desarrollar leyes preventivas, formar profesionales, fortalecer la cooperación internacional y alentar la devolución de obras robadas o exportadas ilegalmente. Una mayor conciencia del daño cultural, moral y material causado por este tráfico ilícito, ahora reconocido como un crimen de guerra por las Naciones Unidas, es prueba de ello. La decisión adoptada por los Estados Miembros de la UNESCO de celebrar el Día Internacional contra el Tráfico Ilícito de Bienes Culturales el 14 de noviembre de cada año también lo demuestra.
Sin embargo, la dificultad de frenar el tráfico en línea, las penas débiles para los perpetradores y la vulnerabilidad de las áreas afectadas exigen hoy un nuevo nivel de movilización internacional.