El cambio climático podría popularizar variedades de uva autóctonas de la Península Ibérica en el resto del mundo
El investigador de la Universidad de Alcalá (UAH), Ignacio Morales Castilla, experto en modelos de predicción de biodiversidad y cambio climático, analiza qué variedades de uva estarán mejor adaptadas en las próximas décadas al cambio climático y por tanto, podrían sustituir a otras que vayan dejando de ser productivas hasta 2100
La franja mediterránea es una excepción global en lo que se refiere al cultivo de la vid. Mientras que en el resto del mundo unas 12 variedades (Pinot Noir, Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay…) copan el 80% de la producción de vino, en el sur de Europa sucede lo contrario: se cultivan cerca de un millar de variedades de vid, la mayoría de ellas autóctonas y desconocidas en el mercado global.
Pero el cambio climático puede trastocarlo todo. En España y otros países como Francia o Italia ya se están tomando medidas ante el cambio climático y sus posibles impactos negativos sobre la agricultura vitivinícola. ‘Se está optando por dos fórmulas: una, trasladar cultivos hacia territorios con climas más propicios en el futuro (productores franceses se están llevando cultivos al sur de Inglaterra y productores españoles del Penedés están trasladando parte de su producción a zonas más elevadas del Prepirineo) o adaptar el cultivo in situ: poniendo sombra o riegos por aspersión, por ejemplo, en la superficie cultivada.
El investigador de la UAH sugiere una tercera vía: apostar por la biodiversidad, porque el agricultor pruebe otras variedades mejor adaptadas a resistir los cambios que se prevén en las condiciones meteorológicas de las distintas regiones productoras. ‘Desde el comienzo del envero hasta la maduración definitiva de la uva las condiciones meteorológicas son críticas para la calidad final del vino. Si ese período que dura desde unos 20 hasta unos 45 días se acorta una o dos semanas, los procesos químicos son completamente distintos. Por tanto, queremos modelizar cuándo y bajo qué condiciones climáticas se produce el proceso de maduración para determinar qué regiones serán viables para producir unas u otras variedades en la Península Ibérica’, explica.
En este momento, la situación es de incertidumbre, ‘porque no sabemos exactamente cuánto más se va a calentar el clima. Esto dependerá, por ejemplo, de la cantidad de CO2 que se emita a la atmósfera en los próximos 50 años y del grado en que implementemos las energías verdes. Y esas decisiones siguen estando en nuestras manos. No obstante, si el calentamiento permanece por debajo de un incremento de dos grados (umbral previsto por el Acuerdo de París), la sustitución de variedades sería una opción viable para adaptar la viticultura al cambio climático’.
No todo es pesimismo. Hay variedades como ‘garnacha’ o ‘monastrell’, mejor adaptadas al calor, que podrían seguir cultivándose. ‘Además, la enorme diversidad de variedades autóctonas de países como España, Italia o Grecia, muchas de ellas adaptadas al calor, podría ayudar a la viticultura del futuro en estos países y también podrían popularizarse y comenzar a ser consumidas en el resto del mundo’.