Han pasado 18 meses desde que comenzó el brote de COVID-19 y la educación de millones de niños sigue interrumpida. A día de hoy, las escuelas primarias y secundarias están cerradas en 19 países, afectando a más de 156 millones de estudiantes
Esto no debería continuar. Las escuelas deberían ser las últimas en cerrar y las primeras en reabrir.
En sus esfuerzos por limitar la transmisión, los gobiernos han cerrado con demasiada frecuencia las escuelas y las han mantenido cerradas durante períodos prolongados, incluso cuando la situación epidemiológica no lo justificaba. Estas acciones se adoptaron con frecuencia como primer recurso y no como última medida. En muchos casos, las escuelas se cerraban mientras los bares y restaurantes permanecían abiertos.
Las pérdidas que sufrirán los niños y los jóvenes por no estar en la escuela puede que nunca se recuperen. Desde la pérdida de aprendizaje, la angustia mental, la exposición a la violencia y los abusos, hasta la falta de comidas y vacunas en la escuela o el menor desarrollo de las habilidades sociales, las consecuencias para los niños se dejarán sentir en su rendimiento académico y su compromiso social, así como en su salud física y mental. Los más afectados suelen ser los niños de entornos con pocos recursos, que no tienen acceso a herramientas de aprendizaje a distancia, y los más pequeños, que se encuentran en etapas de desarrollo clave.
Las pérdidas para los padres y cuidadores son igualmente cuantiosas. Mantener a los niños en casa está obligando a los padres de todo el mundo a dejar sus puestos de trabajo, especialmente en países con políticas de permisos familiares inexistentes o limitados.
Por eso, la reapertura de las escuelas para el aprendizaje presencial no puede esperar.
No se puede esperar a que los casos lleguen a cero. Hay pruebas claras de que las escuelas primarias y secundarias no están entre los principales impulsores de la transmisión. Mientras tanto, el riesgo de transmisión de la COVID-19 en las escuelas es manejable con estrategias de mitigación adecuadas en la mayoría de los entornos. La decisión de abrir o cerrar las escuelas debe basarse en el análisis de riesgos y en las consideraciones epidemiológicas de las comunidades en las que están situadas.
La reapertura de las escuelas no puede esperar a que todos los profesores y alumnos estén vacunados. Con la escasez mundial de vacunas que asola a los países de ingresos bajos y medios, la vacunación de los trabajadores de primera línea y de los que corren más riesgo de contraer enfermedades graves y de morir seguirá siendo una prioridad. Todas las escuelas deben proporcionar aprendizaje en persona lo antes posible, sin barreras de acceso, incluyendo la no obligatoriedad de la vacunación antes del ingreso a la escuela.
Instamos a los responsables de la toma de decisiones y a los gobiernos a que den prioridad a la reapertura segura de las escuelas para evitar una catástrofe generacional.
El cierre de escuelas hipoteca nuestro futuro por beneficios poco claros para nuestro presente. Debemos priorizar mejor. Podemos reabrir las escuelas de forma segura, y debemos hacerlo.
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El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) trabaja en algunos de los lugares más difíciles del mundo, para llegar a los niños más desfavorecidos. En más de 190 países y territorios, trabajan para todos los niños, en todas partes, para construir un mundo mejor para todos.
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