Con motivo de las festividades del Día de La Rioja y San Bernabé, Patrón de la ciudad de Logroño, en el Centro Riojano de Madrid se vivieron dos días festivos y tomó posesión el nuevo presidente José Antonio Rupérez
Asimismo, el Pregón corrió a cargo del presidente saliente Pedro López Arriba. También, se realizó la entrega de distinciones como son las Guindillas de Oro a Eduardo Lacal Pejenaute, Begoña Martínez Arregui, María Yolanda Preciado Moreno, Santiago Sáez de Samaniego y, al presidente entrante José Antonio Rupérez Caño. Del mismo modo, se entregó la Placa Exaltación Valores Riojanos a Sociedad Civil Catalana y, el Premio Literario taurino “Dr. Zumel” a su creador David Shohet y, por último, al Socio del Año que correspondió a Alicia Ruiz del Campo. El día 22 por la tarde se llevó a cabo la Fiesta de “El Pan, El Pez y El Vino” y, el día 23 de junio tras la entrega del Premios se ofreció y menú degustación con productos típico de La Rioja
El día 22 de junio el expresidente del Centro Riojano de Madrid, Pedro López Arriba realizó el Pregón de las Fiestas de San Bernabé que estuvo cargado de datos históricos. Destacamos lo más importante de su intervención:
<<Tienen las convenciones de este género, el genero del pregón, que se comience siempre con una tentativa de captar la benevolencia del auditorio y, debo hacerlo, alegando que me asiste algún mérito, pequeño en el conjunto de los 117 años de existencia de nuestra Entidad, para asumir este año la función de pregonero. No voy a invocar mi condición de socio veterano o mi parentesco con uno de los Directivos del Centro Riojano que formó parte de la Junta que compró esta sede, mi padre, y me limitaré a recordar o informar a quienes no lo sepan de que el pasado día 8 de junio, nuestra Entidad fue nombrada Cofrade de Honor de la Cofradía de San Bernabé, de Logroño. Pues bien, durante ese homenaje al Centro Riojano de Madrid, pensé que de San Bernabé, precisamente el Santo de la fiesta, no sé si sabremos mucho, pero desde luego hablamos muy poco de él.
La de San Bernabé es una fiesta urbana, y cuando digo urbana, quiero decir política en el mejor sentido, una fiesta de la polis, de la ciudad, que celebra y exalta en ella su propia libertad.
Bernabé, como se sabe, fue un Santo importante en la historia del primer cristianismo, y se le considera a veces apóstol, aunque no conoció personalmente a Cristo. Sabemos que fue un judío helenizado, de la tribu de de Leví, nacido probablemente en Chipre. Fue quien creyó en la sincera conversión de San Pablo en el camino de Damasco, y también su valedor ante los cristianos de Jerusalén, que desconfiaban de San Pablo, su antiguo perseguidor. Bernabé acompañó a Pablo en sus viajes apostólicos, fundando iglesias locales entre los gentiles. La tradición sostiene que sufrió martirio hacia el año 61 de la era cristiana, lapidado en Salamina. Y no fue desde luego un santo estelar del que se recuerden milagros o anécdotas y, mucho menos, milagros o anécdotas relacionadas con el campo o los animales. Y es que su popularidad como Santo en las sociedades agrarias se debe a su situación en el calendario, como sucede con otros de los que configuran el santoral cristiano.
Tomemos como ejemplo al propio Bernabé, que no fue un apóstol aunque figurase en los hechos de los apóstoles. Fue uno de los varones apostólicos, es decir, uno de los 72 discípulos que escogieron los apóstoles como adalides de la evangelización, para enviarlos a convertir a las gentes o, lo que es lo mismo, a las naciones ¿Por qué ese número, por qué los apóstoles escogieron a 72 y no otro número cualquiera, como 60 o 33? Sencillamente porque los apóstoles que eran judíos, creían que la humanidad se dividía exactamente en 72 naciones, ni una más ni una menos. De la mayoría de estas 72 naciones los apóstoles no conocían ni el nombre y menos aún la ubicación aproximada. Pero lo creían a pies juntillas, sin discusión porque en el Génesis se dice que los descendientes de Noé se dividieron en 72 grupos antes de dispersarse por la faz de la tierra, cuando Dios dividió y confundió sus lenguas en la Llanura de Senath, como castigo a la soberbia que les impulsó a construir la Torre de Babel.
Y ¿por qué el redactor de la Biblia prefirió ese número y no otro? Pues por la astronomía de los Caldeos, téngase en cuenta que el Génesis debió escribirse en su forma definitiva, durante el cautiverio de los Hebreos en Babilona que era la capital de Caldea. La astronomía de los Caldeos había llegado a la conclusión de que además de la tierra, existían otros 6 planetas en el Universo. Y por otra parte dividía la circunferencia del cielo en 12 segmentos correspondientes a los 12 signos del zodiaco. El producto de 6 x 12 o sea de 6 planetas por 12 casas zodiacales es 72. Cada una de estas 72 posiciones correspondía a un ángel en la angelología de Babilonia, adoptada por los judíos, no un ángel judeocristiano, sino un ángel Caldeo, un ángel Babilonio, cuya función era velar, cada uno de ellos, por una nación determinada. Son los llamados ángeles de las naciones, en cuya existencia creían los antiguos hebreos. Los apóstoles eran hebreos como el que más, por lo que los cristianos también siguieron creyendo durante muchos siglos en todo eso. Si había 72 ángeles encargados de velar por las naciones debía de haber necesariamente 72 naciones, ni más ni menos. Y, de ahí, que los apóstoles escogieran 72 varones apostólicos, uno por nación. Bernabé desde luego fue uno de ellos.
El calendario que nosotros usamos tiene 365 días ó 366 de los bisiestos, divididos en 12 meses más o menos lunares, cuya duración se establece en torno a los 30 días. Pero esta organización del tiempo recubre una anterior, en la que los periodos no son de 30 sino de 40 días. Es una organización arcaica que tiene que ver con los equinoccios y los solsticios, con la circulación de los vientos y con las estaciones de lluvia y de sequía. Un rastro de esta antigua organización la encontramos en el Génesis, recuerden que durante el Diluvio llovió durante 40 días y 40 noches sin parar, incluso ha dejado cierta huella también en el calendario litúrgico cristiano.
En efecto, San Bernabé cae al comienzo del periodo solsticial del verano, una vez que ha terminado la estación equinoccial de la primavera, que comienza hacia el 20 ó 21 de marzo y que comprende 2 periodos de 40 días, del 21 de marzo al 1 de mayo y, de este, al 10 u 11 de junio. Al segundo periodo de esta estación, prolongándolo hasta San Juan, es al que D. Julio Caro Baroja llamaba la estación del amor. Y es cierto que esta fase del año se asocia con el apareamiento de los animales y de ritos amatorios y de cortejo entre los humanos, que culminan en la noche de San Juan, cuando los jóvenes de ambos sexos van juntos a la verbena.
Pero es también la estación de la guerra. La guerra antigua tuvo esta dimensión estacional y era empresa más de saqueo que de otra cosa. Durante muchos siglos, ya incluso en los tiempos modernos, las levas para la guerra se hacían a mediados de la primavera, es decir, a finales de abril o comienzos de mayo, después de la obligada Pax Domine, o paz del señor, que impedía guerrear desde el miércoles de ceniza hasta la Pascua Florida.
Es sencillamente impresionante la cantidad de conmemoraciones de hechos de armas, de batallas o hechos bélicos, en general, que se concentran en la cuarentena final de la primavera. Parece, en efecto, que ha sido la estación más propicia del año para matarse, incluso en tiempos muy recientes. No es casual que el día de la Independencia, el 2 de mayo, fiesta nacional española y local en Madrid, o la conmemoración del Sitio de Logroño, caigan por estas fechas.
El acontecimiento que dio origen a la fiesta de Bernabé se inscribe en la secular tensión entre Francia y Castilla, en la que el pequeño reino Navarro fue instrumento constante de la política francesa. Pero aunque las dinastías Navarras fueron francesas desde Teobaldo Iº (1234), el pueblo de los campos y un sector muy amplio de la población urbana no lo era. Las luchas civiles de Navarra del siglo XV enfrentaron a los Agramonteses (profranceses) y los Beaumonteses (procastellanos). Se denominan guerras civiles, pero tenían un claro componente internacional, y así lo entendieron los Reyes de Castilla y Aragón, sobre todo a partir del compromiso de Caspe (1412), que sentó las bases de una política de unificación de la península, por medio de la dinastía de los Trastámaras.
La conquista de Navarra de 1512 no fue pues una invasión. Fue una guerra de bandos nobiliarios con preferencias dinásticas distintas. Unos, los Agramonteses, a favor de la dinastía francesa y otros, los Beaumonteses, a favor de la Dinastía Castellana, y Aragonesa, de los Trastámara. Una guerra de bandos en la que Fernando El Católico fue, sin duda, el pretendiente más popular. Navarra, pequeño reino feudal, había perdido hacía mucho su independencia política real, y en la Europa de las monarquías absolutas su destino estaba en uno de los dos poderosos reinos limítrofes.
El cerco de Logroño por los franceses, finalizado el 10 de junio de 1521, es un episodio tardío o, más bien, un episodio póstumo de la conquista de Navarra. Aprovechando las disensiones internas de Castilla que siguieron a la llegada a España de Carlos Iº, el hijo de la Reina Juana y futuro Emperador Carlos Vº, los franceses emprendieron un último intento de recuperar Navarra. Se trató de una expedición de castigo sobre la frontera castellana y es significativo que no optasen directamente por la reconquista del viejo reino, pues estaban seguros de que la dinastía francesa de Navarra no gozaba al sur del pirineo del fervor popular. La estrategia francesa estaba clara: amenazar al territorio castellano para negociar, después, a expensas de Navarra, su retirada. La resistencia logroñesa frustró la operación en su conjunto. Si Logroño se hubiera rendido, Francia, que fue el mayor enemigo de Carlos Iº, habría podido llevar al extremo el caos civil que caracterizó los primeros años de su reinado.
La Rioja, origen de Castilla y del castellano, había sido escenario de algunas de las primeras batallas de la cristiandad peninsular contra el Islam (Clavijo, 844). Las gentes de La Rioja siguieron combatiendo al Islam en Andalucía hasta la misma Conquista de Granada, pero la frontera con el moro les fue quedando cada vez más lejos. Por el contrario, la que siempre tuvieron cerca, hasta el siglo XVI, fue la frontera con Navarra, que cabe decir, con Francia, desde que el Rey Teobaldo se instaló en el trono del viejo reino. Y esta situación geoestratégica forjó la idiosincrasia riojana.
La Rioja recibió antes que nadie en la península, la cultura francesa que impregno la Castilla medieval. Y aunque la Rioja tuvo influencia Mozárabe, tuvo mucha más influencia europea, por el Camino de Santiago, tanto en su mentalidad como hasta en su paisaje, que acaso no tiene otras correspondencias que las de otras zonas de Toscana. En sus Monasterios nació el castellano escrito y el Mester de Clerecía, pero este es solo el envés de una realidad más inquieta, las de unas gentes destinadas a proteger una frontera, combatientes de almena para quienes la Edad Media no terminaría, como para el resto de los españoles, en 1492, sino el 10 de junio de 1521, cuando se esfumó de su horizonte el asedio francés, último conflicto propiamente medieval que, con este episodio final, consolidaba la unidad de España y daba comienzo nuestra existencia como Nación.
El convite de pan, vino y peces que lleva a cabo la Cofradía del Pez, cuenta también con paralelos y ritos similares en otras fiestas de este periodo. El consumo de peces además de su explicación racionalista, la de conmemorar la forma en que los logroñeses de 1521 hicieron frente al asedio francés abasteciéndose de pescado del río en el Ebro, admitiría quizás explicaciones en claves simbólicas religiosas.
Pero lo importante, en definitiva, es que la fiesta de San Bernabé, de Logroño, conmemora dos historias distintas y superpuestas. El heroísmo de quienes en un país convulso y agitado, por una autentica guerra civil, en medio de la guerra de las Comunidades de Castilla, eligieron la resistencia patriótica contra el invasor y en defensa de una tradición profunda, que no solo es riojana ni española, sino europea en su mejor y más amplio sentido.
San Bernabé es ocasión para un doble homenaje, a la nación como nexo entre generaciones sucesivas, que va dando forma a un proyecto multisecular de libertad, y a la cultura entendida como tradición y como voluntad de conservar lo que merece conservarse, porque por encima de las identidades locales y nacionales, nos vincula al destino de los demás hombres, al destino de Europa y al de toda la humanidad.
Que sea también este San Bernabé de 2018 ocasión para afirmar una vez más la fraternidad riojana y, sobre todo, la alegría de vivir, que es lo que ha distinguido siempre a las gentes de esta tierra amable y luminosa, la voluntad de seguir adelante y de persistir contra el desanimo y la tristeza solemne.
Yo nunca podré devolver a La Rioja lo que me ha dado en amistad, en solidaridad en tantos otros alimentos terrenales, ni el honor siquiera de haber pronunciado hoy este pregón, que ahora concluyo, con los gritos de rigor. ¡Viva La Rioja! y ¡Viva San Bernabé! que es una forma de dar un Viva a la Libertad entre los españoles este año del Señor de 2018. Muchas gracias.>>