Jerusalén fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981, en reconocimiento de esta diversidad excepcional y de la coexistencia religiosa y cultural
«Como he afirmado en numerosas ocasiones, la más reciente durante la 40ª reunión del Comité del Patrimonio Mundial, Jerusalén es la ciudad sagrada de las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam
El patrimonio de Jerusalén es indivisible y cada una de sus comunidades tiene derecho al reconocimiento explícito de su historia y su relación con la ciudad. Negar, ocultar o querer borrar una u otra de las tradiciones judía, cristiana o musulmana, pone en peligro la integridad del sitio y va en contra de los motivos que justificaron su inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial.
En ningún otro lugar a parte de en Jerusalén, conviven y se entremezclan hasta el punto de apoyarse las unas a las otras las tradiciones y patrimonios judíos, cristianos y musulmanes. Estas tradiciones culturales y espirituales se apoyan en textos y referencias que nos son conocidas a todos y que forman parte integrante de la identidad y la historia de los pueblos. En la Torá, Jerusalén es la capital del Rey David, donde Salomón construyó el Templo que albergaba el Arca de la Alianza. En el Evangelio, Jerusalén es el escenario de la pasión y resurrección de Cristo. En el Corán, Jerusalén es el destino del viaje nocturno (Isra) que hizo el profeta Mahoma desde la Meca a la Mezquita de Al-Aqsa.
En este microcosmos de nuestra diversidad espiritual, diferentes pueblos rezan en los mismos lugares, a veces bajo diferentes nombres. El reconocimiento, uso y respeto de estos nombres es esencial. La Mezquita de Al-Aqsa / Haram Al-Sharif, santuario sagrado para los musulmanes, y también el Har HaBayit, o Monte del Templo, cuyo Muro Occidental es el lugar más sagrado del judaísmo, están a escasos pasos del Santo Sepulcro y el Monte de los Olivos.
El valor universal excepcional de la ciudad, que le ha valido la inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, se encuentra en esta síntesis, la cual constituye una llamada al diálogo, no a la confrontación. Tenemos una responsabilidad colectiva que consiste en fortalecer esta coexistencia cultural y religiosa mediante el poder de los actos y las palabras. Esta exigencia es más necesaria que nunca para calmar las divisiones que socavan el espíritu pluriconfesional de la ciudad.
Cuando estas divisiones se extienden a la UNESCO, una Organización dedicada al diálogo y a la búsqueda de la paz, lo que hacen es impedirnos llevar a cabo nuestra misión. La responsabilidad de la UNESCO es fomentar el espíritu de tolerancia y de respeto a la historia y estoy comprometida, en tanto que Directora General, a trabajar por ello a diario, con todos los Estados Miembros. Me dedicaré a esta tarea bajo toda circunstancia porque esa es nuestra razón de ser: recordar que somos una sola y misma humanidad y que la tolerancia es el único camino para vivir en un mundo de diversidad».