De nuevo un 23 de abril, nos reunimos, bajo la alta presidencia de Sus Altezas Reales, y con entrañable recuerdo a Su Majestad el Rey, cuyo completo y rápido restablecimiento vivamente deseamos, en este bellísimo Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para conmemorar la muerte de Miguel de Cervantes y hacer entrega del máximo galardón de las letras españolas.
Me corresponde, como Ministro de Educación Cultura y Deporte de España, el enorme privilegio de tomar la palabra en una ocasión como esta para hacer la laudatio del galardonado, Nicanor Parra, poeta o antipoeta chileno, autor de una obra extensa, original y sorprendente.
La necesidad de expresar y hacer imperecederos sus sentimientos más íntimos y trascendentes es esencial al ser humano, y la manifestamos creando nuevos poemas, o recurriendo a alguno del acervo que nuestra cultura nos ofrece. La lengua castellana, a través de sus más de mil años de historia viva, ha visto por fuerza, cómo surgían de ella miles y miles de poemas desde las primeras cantilenas líricas medievales hasta las creaciones de nuestros poetas contemporáneos.
El Premio Cervantes, en su ya larga tradición, ha sabido premiar y nutrirse desde su origen de grandes poetas: no en vano, el primer Premio Cervantes lo recibió en este mismo escenario hace 36 años el gran poeta vallisoletano Jorge Guillén.
Nicanor Parra se suma a Guillén y a tantos otros en la nómina de creadores de poemas galardonados con el premio Cervantes. Representantes de la Generación del 27, como el propio Guillén, Gerardo Diego o Rafael Alberti; de la generación de la posguerra española como José García Nieto o José Hierro; e insignes poetas hispanoamericanos como Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Dulce María Loynaz.
También inscribe Nicanor Parra, su nombre, estoy seguro de que con enorme júbilo, junto al tristemente desaparecido hace unos meses, el también poeta chileno Gonzalo Rojas, que recogiera este premio hace tan solo 5 años.
Como Gonzalo Rojas, Nicanor Parra exhibe una asombrosa facilidad poética que sólo aquellos nacidos entre la cara occidental de la cordillera andina y las costas orientales del Pacífico Sur parecen poseer. Ambos nacieron hermanados, y no es poco, con Gabriela Mistral, Pablo Neruda o Vicente Huidobro.
Nicanor Parra, como poeta, se nutre de lo que es, de lo que siente, de lo que vive, de lo que ve. Su obra, por tanto, invita a detenerse en sus orígenes, en sus raíces, y en su sorprendente biografía.
Todo empieza en la provincia chilena de Ñuble, en San Fabián de Alico. Las referencias a esta región rural chilena son constantes en la obra de Nicanor Parra. La escasez, y el entorno rural incuban en nuestro autor aquello a lo que el mismo se ha referido como “el ingenio del huaso chillanejo”, la versión chilena del genio espontáneo de nuestra lengua común.
La tradición poética, la cultura y el folclore populares, presentes en su ambiente familiar, imprimen en Nicanor Parra y en todos sus hermanos una sensibilidad artística especial ¡Cómo no recordar a la gran Violeta Parra en un día como el de hoy!
Por último, la herencia de los guerreros mapuches a la que debemos parte del espíritu incansable de lucha, transgresión y contradicción que inunda la obra del hoy galardonado.
Con estos mimbres, en 1939 Nicanor Parra teje su primera obra Cancionero sin nombre, pero no será hasta 1954, tras tres lustros de silencio, de viajes, de experiencias, de intensas y renovadas lecturas, cuando publique Poemas y Antipoemas, obra con la que cambiaría el rumbo de la poesía escrita en lengua castellana.
El prefijo “anti” ayuda, sin duda, a entender la obra de Nicanor Parra y su espíritu siempre transgresor. Su relación con la tradición poética, con la sociedad que lo rodea y las creencias y dogmas habituales en ella, ha sido siempre una relación incómoda, díscola y contestataria.
Pero si la antipoesía es una poesía irreverente, que cuestiona el statu quo con aspereza y a veces con sorna, no lo es por simple capricho. No se trata de una rebeldía al uso. Porque hay que recordar que Nicanor Parra no sólo es poeta. Es un científico que trabajó durante décadas en la Universidad de Chile como profesor de Mecánica Racional, y en su juventud, como estudiante de postgrado en la Universidad de Oxford, fue alumno del prestigioso astrofísico Edward Arthur Milne, en cuyas clases se especializó en las teorías de la Relatividad y la Indeterminación. Su labor de científico no es ajena a la obra poética de Parra. Él mismo lo ha dicho: “La Física nos enseña que es muy difícil hacer aseveraciones tajantes, que el terreno que pisamos es muy débil. Yo, entonces, he pensado que esos principios de relatividad e indeterminación hay que llevarlos al campo de la política, de la cultura, de la literatura y de la sociología”.
En efecto, este francotirador de la poesía lo relativiza todo. Se encuentra en su medio en las arenas movedizas de ese “terreno débil”. Pero no hace alarde de su erudición científica. El que habla en el antipoema ya no es, como en la poesía tradicional, un sabio o un profeta que nos cuenta o muestra sus verdades; al contrario, se trata de un hombre común y corriente que se confunde, se contradice y no conoce la verdad. No hay verdades con mayúscula, parecería estar diciéndonos. Además, en vez de deslumbrarnos con un lenguaje oscuro cargado de metáforas complejas, nos habla con las palabras y los giros de la vida cotidiana. La poesía, con Nicanor Parra, sale a la calle. O como él dice, en un célebre “Manifiesto”, “los poetas bajaron del Olimpo”.
La gran poesía del siglo XX y de nuestro joven siglo XXI refleja la crisis de valores del mundo moderno, de las angustias y la alienación que se respiran en los grandes centros urbanos. El antipoeta también experimenta esa angustia pero ha encontrado una manera de hacerla soportable, mediante la risa: “Llore si le parece / Yo por mi parte me muero de risa”, dice en uno de sus “Chistes”.
Y dice también, en un antipoema que es en realidad una declaración de principios, que “la verdadera seriedad es cómica”. Es cómica, porque para Nicanor Parra, andar por el mundo abatido, es admitir la derrota, las dificultades y las injusticias. La risa de Parra, y de los personajes que hablan en su obra, no es una risa despreocupada; es la risa de alguien que ha perdido su fe religiosa, ha perdido su esperanza en un cambio político y ha perdido hasta su capacidad de comunicarse con los demás, pero el simple hecho de reírse le sirve como antídoto para la angustia, como una afirmación desafiante de vida. Y ahí están los maestros cómicos que nombra, los que antes de él han transitado los caminos de la “verdadera seriedad”. Me refiero –con palabras de Nicanor Parra– a:
la seriedad de Kafka
la seriedad de Carlitos Chaplin
la seriedad de Chejov
la seriedad del autor del Quijote
la seriedad del hombre de gafas
(érase un hombre a una nariz pegado
érase una nariz superlativa)
Kafka, Chaplin, Chejov, Cervantes y Quevedo. Es como un equipo de fútbol sala –o de “baby fútbol”, como se dice en Chile– al que el antipoeta se ha unido, y es curioso ver en el elenco a los dos grandes escritores españoles, porque son muchos los que han visto a Nicanor Parra como un escritor que vive de espaldas a la literatura española, y que ha aprendido más de su diálogo con los anglosajones: con T.S. Eliot y Ezra Pound, con William Carlos Williams, con los poetas “beat” y, por supuesto, con Shakespeare. Pero en Cervantes y Quevedo, Parra encontró una literatura más ceñida a la realidad, de un tono más coloquial, más cotidiano, y también una literatura que no plantea la comicidad como algo indigno, algo radicalmente ajeno a la poesía.
La obra de Nicanor Parra ha dialogado siempre con la literatura española, y no sólo con Quevedo y Cervantes. Ya en Cancionero sin nombre, que él mismo ha querido olvidar como un “pescado de juventud”, hay un intento de reescribir en clave chilena el Romancero gitano de Federico García Lorca, mientras que en sus recientes Discursos de sobremesa, como señala Marlene Gottlieb, “se recuperan para la poesía castellana terrenos dejados en barbecho desde los tiempos del Arcipreste [de Hita]”.
Con la eclosión de la antipoesia y del antipoeta, Nicanor Parra puso patas arriba los cimientos de la poesía tradicional, nos subió en su “montaña rusa” de la que nunca más hemos bajado.
Sus “artefactos”, sus “trabajos prácticos”, sus “antidiscursos” y hasta una prodigiosa traducción del Rey Lear nos han ido recordando con contundentes y apasionantes giros, trompos y acrobacias que Nicanor Parra ha conservado intacta a lo largo de los años su pasión innovadora, su agilidad y sus ganas de comunicarse.
Pero ¿qué es realmente un antipoeta? Desde la aparición de Poemas y Antipoemas muchos han sido los que han abordado esta cuestión. Me van a permitir que me atenga a lo que el propio Nicanor Parra expone en su poema “Test”:
Qué es un antipoeta:
Un comerciante en urnas y ataúdes?
Un sacerdote que no cree en nada?
Un general que duda de sí mismo?
Un vagabundo que se ríe de todo
Hasta de la vejez y de la muerte?
Un interlocutor de mal carácter?
Un bailarín al borde del abismo?
Un narciso que ama a todo el mundo?
Un bromista sangriento
Deliberadamente miserable
Un poeta que duerme en una silla?
Un alquimista de los tiempos modernos?
Un revolucionario de bolsillo?
Un pequeño burgués?
Un charlatán?
un dios?
un inocente?
Un aldeano de Santiago de Chile?
Subraye la frase que considere correcta.
Estimado Profesor, se le olvidó decirnos si existen varias respuestas acertadas o puede no serlo ninguna.
Antipoeta,
Cristo de Elqui,
Míster Nadie,
Hamlet y Rey Lear,
El Hombre Imaginario,
El antihéroe,
El Individuo,
Don Quijote de Chillán,
Don Nicanor de la Mancha.
Profesor, enhorabuena.
Muchas gracias