El Museo del Prado y el British Museum presentan, por primera vez en España, una amplia representación de la colección de dibujos españoles que posee la institución británica considerada como una de las mejores del mundo. 71dibujos, expuestos de forma cronológica, invitarán al visitante a apreciar cómo plasmaron los artistas españoles su compromiso con el dibujo a lo largo de más de tres siglos, desde mediados del siglo XVI hasta el siglo XIX
La muestra incluye dibujos de todos los artistas importantes de este período como Velázquez, Murillo, Zurbarán, Ribera y Goya, representados a través de algunas de sus obras clave. Santo atado a un árbol de Ribera o Don Quijote acosado por monstruos de Goya son algunos ejemplos de la extraordinaria calidad de la selección de dibujos presentes en la muestra.
Los dibujos de los artistas españoles fueron muy valorados y se coleccionaron en Gran Bretaña desde mediados del siglo XIX, un fenómeno que refleja el creciente gusto por el arte español, que entre otras cosas se vio alentado por la publicación de los dos volúmenes del Handbook for travellers in Spain de Richard Ford (1845) y de los Annals of the artists of Spain de William Stirling Maxwell (1848).
Tradicionalmente se ha sostenido que los artistas españoles no se interesaron mucho por el dibujo. Sin embargo, esta idea ha sido objeto de revisión en los últimos años, y la exposición trata de demostrar que la consideración del dibujo como fundamento del ejercicio del arte estaba bien establecida en el arte español durante el periodo del Renacimiento hasta el siglo XIX.
Los 71 dibujos de la exposición se complementan con la singular aportación de dos pinturas de la colección del Prado, cuyos dibujos preparatorios se conservan en Londres. Se trata de dos óleos de Vicente Carducho y Luis Paret, que permiten reflexionar sobre el empleo del dibujo preparatorio en la obra final.
La exposición
La exposición comienza con los ejemplares más antiguos que corresponden a artistas del siglo XVI y que desarrollaron su actividad en Castilla, como Alonso Berruguete.
Asimismo, esta primera sección explora la repercusión que tuvo para el dibujo español la participación de artistas extranjeros, principalmente italianos, en la decoración del Monasterio de El Escorial. Tal es el caso de Pellegrino Tibaldi del que se incluye uno de los dibujos con arquitectura más sobresalientes del siglo XVI, el Estudio para la decoración de la Biblioteca del Escorial.
Continúa con la obra de algunos de los pintores más importantes del siglo XVII que trabajaban en distintas regiones del país, las cuales actuaban como ‘centros’ artísticos independientes. Así, Vicente Carducho, Alonso Cano y Francisco Rizi lo hacían en Madrid; Francisco Pacheco, Murillo y Zurbarán, en Sevilla; Juan Ribalta en Valencia o José de Ribera, en Nápoles. Todos ellos fueron representantes del florecimiento del dibujo durante el Siglo de Oro y produjeron ejemplos excepcionales como El enano Miguelito de Rizi, San Miguel Arcángel de Murillo, Curación milagrosa de un santo atribuido a Ribalta o Ticio (o Prometeo) de Ribera.
Al llegar al siglo XVIII, la exposición incluye obras clave de Luis Paret como Baile de máscaras en el Teatro del Príncipe; de José Camarón, Mujer oriental bajo un toldo; y otros maestros del periodo, que demostraron el considerable aumento del uso del dibujo en respuesta a las tendencias e influencias internacionales.
La muestra finaliza con la obra de Francisco de Goya, que cambiaría para siempre el panorama del arte español al ayudar a convertir España en una fuerza artística dominante. A través de sus dibujos exploró lo fantástico, las creencias y las conductas humanas. Ocho dibujos del maestro aragonés –correspondientes a toda su carrera y nunca vistos en conjunto en España-, entre ellos el magnífico Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, ponen de manifiesto la incomparable versatilidad de sus recursos gráficos y la variedad de los temas que captaron su atención.
Secciones de la exposición
I. La importación de prácticas gráficas: Castilla, 1550-1600
En 1561 Felipe II estableció en Madrid la capital de su reino. Dos años después iniciaba las obras de El Escorial, concebido como monasterio, relicario, panteón dinástico, biblioteca y depósito de su vasta colección de obras de arte y maravillas naturales. Las obras finalizaron en 1584 y requirieron de un enorme esfuerzo que congregó a ingenieros, arquitectos y artistas procedentes de diversas partes de Europa.
Los años de juventud pasados en el extranjero, donde pudo contemplar las obras de algunos de los mejores artistas flamencos e italianos, conformaron el gusto de Felipe II por el arte. Pintores de renombre en Italia, como Federico Zuccaro, Pellegrino Tibaldi y Luca Cambiaso, fueron elegidos por su facilidad para pintar al fresco y ejecutaron la mayor parte de las decoraciones murales de El Escorial. El estilo y la técnica de sus dibujos, así como el uso que hicieron de ellos para preparar sus composiciones, tuvieron un gran impacto sobre los artistas españoles que trabajaron a su lado, así como sobre las siguientes generaciones. También hubo maestros españoles que estuvieron en Italia, como Alonso Berruguete, y esta experiencia dejaría en su obra una huella profunda, visible en los dibujos que realizaron a su vuelta.
II: Madrid, capital artística, 1600-1700
Las principales novedades que se aprecian en el ámbito del grabado y el dibujo en Madrid y sus alrededores a finales del siglo XVI y comienzos del XVII tienen que ver con los cambios en las técnicas y las prácticas artísticas de una sociedad receptiva a las innovaciones.
Los maestros que mejor reflejan esta transformación son los italianos llegados a España siendo niños, como Vicente Carducho, o los pertenecientes a la primera generación nacida en la Península, como Eugenio Cajés. Ellos habían heredado el convencimiento de que el dibujo era clave en el proceso de creación y tendieron un importante puente entre sus antecesores y una nueva generación de artistas llamados a protagonizar la edad dorada del dibujo español. Desde mediados del siglo XVII es posible hablar de la existencia de un estilo distintivo en la pintura madrileña. Los artistas de este periodo, como Francisco Rizi, Juan Carreño de Miranda, Francisco Camilo o Francisco de Herrera el Mozo practicaron el dibujo de un modo muy variado, combinando técnicas y empleando hojas de papel de mayor tamaño y calidad. En este momento el dibujo servirá también para concebir decoraciones teatrales, entradas triunfales y proyectos arquitectónicos.
III: Andalucía, 1550-1700. Sevilla, Granada y Córdoba
En los primeros años del siglo XVI Sevilla se convirtió en el principal centro comercial del Imperio. Carecía, como Córdoba, y a diferencia de Madrid, de una Corte que centralizase la actividad artística, de modo que los encargos procedían fundamentalmente de la Iglesia y de clientes particulares.
Es difícil hacerse una idea clara de los usos de los talleres sevillanos del siglo XVI, y en realidad la ciudad no se convirtió en un foco de producción artística hasta el siglo XVII, con pintores como Francisco de Zurbarán y Bartolomé Esteban Murillo. En 1660, Murillo y Francisco de Herrera el Mozo fundaron una academia de dibujo que permaneció abierta durante catorce años y por la que pasaron muchos estudiantes, lo que garantizó la pervivencia del dibujo como base de la práctica del arte.
Otros maestros se formaron en Sevilla y acabaron por hacer una brillante carrera en la capital, como Diego Velázquez, Herrera el Mozo o Alonso Cano. Si bien la movilidad de estos artistas dificulta la identificación de un estilo regional, figuras dominantes como Francisco Pacheco en Sevilla y Antonio del Castillo en Córdoba, influyeron considerablemente en los que trabajaron a su alrededor.
IV: El dibujo en Valencia, 1500-1700. Ribera en Nápoles
Durante los siglos XV y XVI Valencia floreció gracias al próspero intercambio comercial del Mediterráneo, y para muchos mercaderes y viajeros la ciudad se convirtió en punto de partida en sus desplazamientos por España. Desde el siglo XV, su riqueza y cosmopolitismo hallaron expresión en un amplio mecenazgo artístico, y no por casualidad fue este uno de los primeros lugares donde arraigó la práctica del dibujo, siempre en relación con la Italia del Renacimiento.
Francisco Ribalta y Pedro de Orrente definieron en líneas generales los parámetros del dibujo valenciano en la primera mitad del siglo XVII. El nivel que alcanzaron en el manejo de la aguada los diferencia de los artistas de cualquier otra parte de España.
Desde finales del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII hubo notables dibujantes valencianos formados en academias de dibujo privadas y oficiales, como Vicente Salvador Gómez, Juan Conchillos o José Camarón.
José de Ribera merece aquí una especial atención debido a su excepcional actividad como dibujante. Aunque nacido en Játiva (Valencia), desarrolló la mayor parte de su carrera en Nápoles, donde practicó el dibujo como un ejercicio formal e independiente.
V. El dibujo en el siglo XVIII
A pesar de que los artistas franceses, llamados a Madrid por la nueva dinastía de los Borbones, configuraron considerablemente el gusto durante la primera mitad del siglo XVIII, las alianzas artísticas comenzaron a disolverse hacia mediados de la centuria debido al aumento de la influencia de sus homólogos italianos, así como del pintor bohemio Anton Raphael Mengs.
El acontecimiento que más influiría en la práctica artística y en el reconocimiento profesional de los artistas que trabajaban en España fue la fundación en 1744 de la Academia de San Fernando de Madrid, donde el dibujo constituiría el pilar de la docencia. La difusión de los estudios académicos y el deseo de que el ejercicio del arte estuviese a la par que el de otros países europeos garantizaron al dibujo una sólida posición. Hacia las últimas décadas del siglo, los maestros españoles estaban ya al tanto de las últimas tendencias artísticas.
Aunque los dibujos hechos en Madrid durante el siglo XVIII eran predominantemente estudios académicos y bocetos preparatorios para pinturas o frescos, no solo se utilizaron con estos fines, y es preciso mencionar otras variedades de dibujo, como los de arquitectura o los preparatorios para grabados.
VI. Francisco de Goya (1746-1828)
La muerte de Goya en Burdeos, a los 82 años, puso fin a una obra asombrosa por su imaginación, su visión artística y su profunda humanidad. A través de sus dibujos exploró lo fantástico, las creencias y las conductas humanas, y a menudo agrupó estas obras en series que le permitieron desarrollar significados más complejos. Goya asistió a cambios sociales y políticos trascendentales, desde los terribles efectos de la Inquisición hasta la ocupación francesa. La independencia de su pensamiento político, su crítica de la superstición y su rechazo a la opresión intelectual reflejan los ideales del Siglo de las Luces.
Aunque su dedicación al arte gráfico hace de él una excepción, estaba lejos de ser un “genio incomprendido”, y su obra debe interpretarse en el contexto del desarrollo científico, social y artístico que se estaba produciendo en el siglo XVIII.
Goya expresó sus pensamientos más íntimos en sus álbumes, que nos ofrecen un rico catálogo de su imaginario, una visión extraordinaria de su mundo personal y de su proceso de creación. El artista preparó dibujos para todos sus grabados y siguió dibujando hasta el final de sus días con mano segura y una desbordante imaginación.