Alfonso Albacete ingresó en la Academia con la disertación Bosquejo de la pintura hablada. El pintor Jordi Teixidor se encargó de la contestación al nuevo académico por parte de la Corporación
La elección de Albacete como académico de número por la sección de Pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (RABASF) tuvo lugar el pasado 9 de mayo de 2022. Su candidatura fue propuesta por el catedrático de estética Simón Marchán Fiz, el arquitecto Alberto Campo Baeza y el pintor Jordi Teixidor de Otto. En su intervención Alfonso Albacete, tuvo palabras de agradecimiento y recuerdo para estos académicos y para aquellos que ya no están, como Carmen Laffón, Luis Feito o Luis García Ochoa, quien había ostentado previamente la medalla del nuevo académico.
En un elaborado ejercicio de reflexión, el pintor expuso en su discurso la trayectoria de la pintura desde la Prehistoria, cuando se materializó la primigenia relación entre lo real y lo representado, momento en que «se inicia en el mundo una práctica física y mental, hasta ese momento desconocida, es decir, un trazo definitorio y simbólico al que más tarde otras gentes llamarían dibujo».
Durante su elocuente explicación de las etapas y aspectos que determinan la creación artística, Alfonso Albacete se centró en su bagaje personal, en el camino recorrido para enfrentarse al «eterno reto, siempre perdido, de saltar el abismo insuperable que separa lo pensado de lo existente, o la mirada de la realidad física». Los estudios que realizó de arquitectura y bellas artes favorecieron una formación afín a los cánones clásicos, a pesar de tener procesos de creación inversos: en la pintura del natural se parte de la realidad para llegar a la imagen simbólica plasmada en el cuadro, mientras que en la proyección arquitectónica se arranca de la idea, que posteriormente se materializará a través de técnicas concretas. En su evolución artística y vital, la inicial concepción realista del cuadro se vio posteriormente influenciada por la diversidad de soluciones e interpretaciones aportadas por las vanguardias y la singular situación política del país, que abocaba a los artistas a buscar enseñanzas autodidactas y extraoficiales. Como afirmó el pintor logró el equilibrio tras reconciliarse con el clasicismo desde una posición de vanguardia.
La pintura es para Albacete «algo inevitable» siendo más oportuno «centrar la atención no solo en las obras finales, sino en valorar el verdadero fenómeno artístico residente en el acto humano de pintar en sí mismo, en el acto artístico como un comportamiento extraordinario». Desplazar la atención de las obras finales hacia el hecho artístico fue también subrayado por Jordi Teixidor en su discurso de contestación, analizando los interiores de Albacete como un espacio que permite entender el hecho de su pintura: «En los interiores de Albacete los detalles, los objetos, la apreciación de una fisicidad, nos hablan, por encima de la dimensión material de la obra, de un sentido que no es otro que el hecho pictórico». Teixidor enfatizó esta idea en la parte final de su contestación: «El interior como tema ha sido para el artista un inquietante desafío, una manera de enfrentarse a la realidad alejándose de los sometimientos de la representación; un esfuerzo por ampliar los límites del cuadro».
Albacete ensalzó la capacidad de la obra de arte de agitar miradas y crear pensamientos, independientemente de su origen. «Es precisamente esa capacidad de agitar miradas y cerebros extraños, e independizarse del ámbito de su nacimiento y navegar en mares de otras culturas para vivir vidas propias, donde creo que reside la auténtica prueba de valor de la obra de arte; contemplarla únicamente como simple documento histórico o como la narración de un hecho concreto sería anclarla en el tiempo y encadenarla a la vida y a la personalidad del autor que la produjo».
Al reconocer la complicación de expresar con palabras los procesos artísticos, también asumió la distancia insalvable de la obra al mostrarse ante el espectador, por el hecho de ser fruto de un pensamiento ajeno, cuyo misterio dificulta el discernimiento de su verdad.