La NDR Elbphilharmonie Orchester de Hamburgo actuó junto al barítono Christian Gerhaher y la Orquesta Filarmónica de Rotterdam conmemora el centenario de su creación en la Quincena Musical de San Sebastián
La orquesta, NDR Elbphilarmonie Orchester de Hamburgo, realizó una actuación memorable. Los «pianísimo» de la cuerda en la 10ª de Mahler fueron impresionantes. El director polaco, Krzysztof Urbanski, estuvo a la altura con una dirección genial, al que le espera un gran futuro. Y el barítono, Christian Gerhaher, magistral cantando lied que es una canción lírica breve para voz solista y acompañamiento (de piano, generalmente) propia de los países germánicos en la música clásica y romántica, «originariamente, los lieder se componían sobre textos líricos alemanes».
La NDR Elbphilharmonie Orchester de Hamburgo ofreció un programa con obras de Gustan Mahler y Johannes Brahms.
Tras el comienzo de los conciertos sinfónicos el pasado sábado de manos de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, llegó a la Quincena Musical de San Sebastián la primera orquesta internacional de esta 79 edición. Se trata de la NDR Elbphilharmonie Orchester de Hamburgo, uno de los conjuntos más destacados del norte de Alemania, que regresó a San Sebastián 35 años después de su primera y única actuación en el festival, en 1983, bajo su anterior denominación de Orquesta Sinfónica de la NDR. El concierto tuvo lugar en el Auditorio Kursaal.
La formación alemana posee una historia característica, ligada a la Segunda Guerra Mundial. La NDR (Norddeutscher Rundfunk, es decir, Radio del Norte de Alemania), que tenía su sede en Hamburgo, fue la única estación de radio de Alemania Occidental que no fue destruida durante la guerra. Tras el fin de la contienda, la ocupación británica impulsó la creación de una nueva orquesta al amparo de esta emisora, que dio trabajo a muchos músicos de otras orquestas de la zona que habían sido desmanteladas. Dio su primer concierto en noviembre de 1945, con el legendario violinista Yehudi Menuhim como solista y dirigidos por Schmidt-Isserstedt, que sería su director titular hasta 1971.
Al tratarse de una orquesta de radio, la agrupación destaca por su flexibilidad y dominio en todos los repertorios, con una importante presencia de la música contemporánea en sus programaciones. Sin embargo, la orquesta se ha labrado un nombre propio interpretando el repertorio germánico. Este dominio se asentó durante la etapa en que Günter Wand fue su director titular (1982-1990), años en los que la orquesta produjo una rica discografía para los sellos RCA y EMI. Directores posteriores han perdurado esa tradición, entre ellos su último director titular, Thomas Hengelbrock, uno de los grandes especialistas del repertorio alemán que dirigió en Quincena dos conciertos memorables en 2016 y 2017, al frente del Ensemble Balthasar Neumann. Desde enero de 2017, la NDR tiene su sede en la Filarmónica del Elba, el icónico auditorio diseñado por Herzog & de Meuron en la zona del puerto de Hamburgo conocida como HafenCity. Fue al trasladarse a su nueva sede cuando la orquesta adoptó su nombre actual.
En su actuación en San Sebastián, la NDR Elbphilharmonie estuvo dirigida por Krzysztof Urbanski, su principal director invitado desde la temporada 2015-2016. El director polaco, alumno de Antoni Wit, fue asistente de la Orquesta Filarmónica de Varsovia entre 2007 y 2009, y desde 2010 a 2017 fue titular de la Orquesta Sinfónica de Trondheim, una de las mejores orquestas noruegas. Su salto a la primera línea de la dirección internacional se produjo en 2011, cuando fue nombrado director musical de la Orquesta Sinfónica de Indianápolis. Desde entonces, ha dirigido prácticamente todas las grandes orquestas europeas y americanas, y ha grabado discos junto a la Elbphilharmonie y la Orquesta Filarmónica de Berlín.
El otro gran protagonista del concierto fue el barítono Christian Gerhaher. El alemán es admirado como uno de los mayores especialistas actuales en el repertorio liederístico, con discos dedicados a las canciones de Schubert, Schumann o Brahms que han ganado los más importantes premios de la prensa especializada. Gerhaher, que estudió medicina y filosofía, reside y realiza gran parte de su actividad artística en Múnich, es muy activo también en el terreno de la ópera y el oratorio. Su último rol operístico ha sido el de Amfortas en “Parsifal” de Wagner, el pasado mes de junio en el Festival de Ópera de Munich. Un poco antes, en mayo, cantó “La canción de la tierra” de Mahler, otro de sus autores predilectos, en Londres, Luxemburgo y Nueva York junto a la Orquesta Sinfónica de Londres y Simon Rattle.
La música de Gustav Mahler fue, precisamente, la protagonista de la primera mitad del concierto del miércoles. Lo abrió el “Adagio” de la “Sinfonía nº10”, su última composición, que Mahler emprendió en el verano de 1910 y que no pudo finalizar al fallecer unos meses más tarde. El único movimiento que dejó casi completo fue el “Adagio”, una página de resignada calma y hermoso lirismo que, sin embargo, cobija algunos de los pasajes más disonantes jamás compuestos por Mahler.
De la última obra de su catálogo, se pasó a algunos de los más hermosos lieder orquestales que Mahler compuso en su juventud. La colección de canciones folclóricas, poemas y aforismos “Des Knaben Wunderhorn”, que Clemens Brentano y Achim von Arnim escribieron a principios del siglo XX como tributo a la cultura alemana, fue una fuente inagotable de inspiración para Mahler, que utilizó sus textos en más de la mitad de sus canciones. Escritas, en su mayoría, en la década de 1890 para voz y piano, Mahler las arregló años más tarde para voz y orquesta. Gerharer abordó siete de estas piezas, en las que se superponen los dulces romances, historias de animales, pequeñas tragedias fantásticas y parábolas satíricas. Gerhaher finalizó su magistral actuación con la célebre “Urlicht”, que Mahler incluyó en el seno de la “Sinfonía nº2, Resurrección”.
En la segunda parte, la NDR Elbphilharmonie Orchester abordó la “Sinfonía nº2” de su más ilustre conciudadano, el hamburgués Johannes Brahms. Tal y como solía hacer Mahler, que se consideraba a sí mismo un “compositor de verano”, Brahms la escribió durante sus vacaciones estivales junto al lago Worth, en 1877. Se estrenó el 30 de diciembre de ese mismo año en Viena, con una acogida magnífica. Tanto gustó a los vieneses su carácter amable y brillante que quisieron apodarla “Vienesa”, bajo el pretexto de que su primer movimiento emplea un compás de tres por cuatro similar al del vals. El referente para Brahms era, no obstante, Beethoven, quien había usado ese compás para abrir su “Sinfonía nº3, Heroica”. La intuición más certera sobre la sinfonía la tuvo el célebre crítico musical Eduard Hanslick, cuando afirmó que “sangre mozartiana corre por sus venas”. En efecto, de los cuatro mundos que son las cuatro sinfonías de Brahms, la Segunda es la que se recrea más abiertamente en una gracia y belleza clásicas.
La Orquesta Filarmónica de Rotterdam conmemora el centenario de su creación en la Quincena Musical
Tras la actuación de la NDR Elbphilharmonie de Hamburgo, la Orquesta Filarmónica de Rotterdam (Rotterdams Philharmonisch Orkest) cogió el relevo en el ciclo sinfónico de la Quincena Musical de San Sebastián en el Auditorio Kursaal. Al igual que en sus dos anteriores visitas al festival, en las ediciones de 2011 y 2014, la orquesta neerlandesa estuvo dirigida por el brillante director canadiense Yannick Nézet-Séguin, una de las estrellas actuales de la dirección de orquesta y nuevo director musical del Metropolitan Opera House de Nueva York. Junto a ellos actuó el pianista Yefim Bronfman, gran especialista en la música para piano de Franz Liszt.
La Filarmónica de Rotterdam está considerada una de las dos grandes orquestas neerlandesas junto a la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Fue fundada hace exactamente 100 años, en 1918, por lo que actualmente está inmersa en las celebraciones de su centenario y en la Quincena Musical los niños de la Escolanía del Coro EASO les cantaron el «zorionak zuri» (cumpleaños feliz en euskera) y, también les sorprendieron con un cantó en holandés, que les dejó muy sorprendidos. También le pusieron una «txapela» (boina de campeón) al director, para conmemorar el evento. La orquesta,uy agradecida, obsequió al público con un «bis» de «La Traviata». Su gira europea de agosto y septiembre, tras su paso por la Quincena Musical, le llevará a escenarios tan importantes como los Proms de Londres, el Festival de Lucerna o la Philharmonie de Berlín. La Orquesta Filarmónica de Rotterdam vivió una época dorada en la década de 1970, cuando alcanzó notoriedad internacional bajo la batuta del joven Edo de Waart, uno de los grandes directores holandeses. Desde entonces, la Filarmónica de Rotterdam ha mantenido una lista de titulares deslumbrante: David Zinman, James Conlon, Jeffrey Tate, Valery Gergiev y, desde 2008, Yannick Nézet-Séguin, cuyo renombre fue creciendo paralelamente a su trabajo en Rotterdam.
Actualmente, Yannick Nézet-Séguin es director musical de la Orquesta de Filadelfia, además de director artístico de la Orquesta Metropolitana de Montreal y principal director invitado de la London Philharmonic Orchestra. A todos esos cargos se ha sumado recientemente el de director musical del Metropolitan de Nueva York, el principal teatro de ópera de Estados Unidos. Conocido por su amplísimo repertorio, gran capacidad de trabajo y la desbordante energía que desprende sobre el podio, Nézet-Séguin ha cautivado a la crítica de todo el mundo por sus versiones de las grandes obras del pasado, que aborda con un sentido de la espectacularidad puramente contemporáneo. Tras diez años al frente de la Filarmónica de Rotterdam, con la que ha realizado numerosas giras internacionales, Nézet-Séguin acaba de finalizar su contrato, por lo que esta gira se puede considerar de despedida entre orquesta y director. Le sucederá al frente de la formación roterdamesa otra joven promesa de la dirección de orquesta, Lahav Shani, discípulo de Daniel Barenboim.
La Filarmónica de Rotterdam inició el concierto con la “Sinfonía nº 35, Haffner” de Wolfgang Amadeus Mozart. La compuso en 1781, recién llegado a Viena para trabajar como músico freelance. Sin embargo, uno de sus primeros encargos le llegó de su Salzburgo natal: una sinfonía celebratoria encargada por Sigmund Haffner, un rico mercader que había logrado que su hijo recibiera un título aristocrático. Mozart compuso para la ocasión una música noble, brillante y no exenta de pompa, pero también con una serie de originalidades y un espíritu dramático que adelanta los intereses, especialmente los teatrales, que desarrollaría durante su etapa vienesa.
La segunda composición de la velada fue el “Concierto para piano nº2” de Franz Liszt. El compositor húngaro, una de las grandes figuras del Romanticismo, fue un revolucionario del piano que legó una extensa obra y desarrolló el potencial del instrumento hasta límites insospechados. Liszt comenzó a trabajar en su “Concierto para piano nº2” en 1839, pero la partitura no alcanzó su forma definitiva hasta 1861. Se trata de una obra bastante experimental para la época, ya que, en vez de los tres movimientos de los conciertos tradicionales, este de Liszt se desarrolla en un solo movimiento de 20 minutos de duración, en el que una melodía, que hace su presentación durante los primeros compases, va atravesando numerosos estados psicológicos. Este planteamiento ha conllevado que el concierto sea definido, a veces, como un poema sinfónico con piano. El nivel de virtuosismo y energía que Liszt exige del solista es enorme, y pocos pianistas pueden abordarlo con la soltura con que lo hace Yefim Bronfman, que lo tiene entre sus conciertos de cabecera. Lo ha interpretado junto a orquestas como la Filarmónica de Nueva York, la Orquesta Sinfónica de Londres o la Orquesta del Mariinsky de San Petersburgo, y lo ha grabado en DVD con esta última. La actuación de la Filarmónica de Rotterdam finalizará con la “Sinfonía nº4” de Piotr Ilich Tchaikovsky, la primera en la que el tema del destino, fundamental en la última etapa del compositor ruso, hace su aparición. Tchaikovsky la finalizó en enero de 1878, tras dejarla interrumpida durante su fatal matrimonio con Antonina Milyukova, que apenas duró tres meses pero que dejó a Tchaikovsky psicológicamente destrozado. La “Sinfonía nº4”, compuesta antes, durante y después de ese matrimonio, se presta a que rastreemos en su seno las vivencias del compositor y las huellas que estas pudieran dejar en su música, por lo que es considerada una de las grandes sinfonías confesionales del siglo XIX. La partitura es, además, toda una fiesta de colores orquestales, en el refinado estilo cosmopolita que cultivaba Tchaikovsky, en el que la influencia eslava se hermana con las tendencias europeas de la época.