Los templos milenarios y la arquitectura monumental de Angkor sus finos bajorrelieves de significado espiritual y su complejo sistema de irrigación encierran una de las más sorprendentes historias de éxito de la Convención del Patrimonio Mundial
A principios de los años noventa, el sitio, de 400 km2 de extensión y símbolo de toda una nación, estaba prácticamente abandonado. Mientras los monjes continuaban rezando en muchos de los templos, los habitantes empobrecidos cortaban a trozos las estatuas de los muros para venderlas por unas pocas monedas. Poco después, esas piezas alcanzarían precios record en el mercado internacional del arte.
Desde entonces, Angkor, inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1992, se ha convertido en un vector de crecimiento económico para Camboya que muestra el poder de la cultura para impulsar el desarrollo. También se ha convertido en un lugar de vanguardia mundial en conservación del patrimonio. El beneficio intangible que ha supuesto para los camboyanos ver su patrimonio restaurado y apreciado por el mundo entero no puede subestimarse, sobre todo teniendo en cuenta el sufrimiento que este pueblo padeció en 25 años de conflicto.
Las amenazas que pesaban sobre el sitio llevaron a su inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial en Peligro, en la que permaneció durante diez años. Mientras tanto, las autoridades camboyanas, la UNESCO y la comunidad internacional crearon el Comité Internacional de Coordinación para Angkor (ICC-Angkor), que a su vez estableció la Autoridad Nacional a cargo del Parque Arqueológico de Angkor (APSARA), que puso en marcha medidas para luchar contra el pillaje y emprendió medidas urgentes de restauración y salvaguardia.
Este trabajo, llevado a cabo en estrecha colaboración con la UNESCO, que actúa también como secretaría del ICC-Angkor, ha sido todo un éxito que ha hecho de Angkor un destino privilegiado para todos los viajeros del mundo aficionados al Patrimonio Mundial. Cada año el número de visitantes aumenta en 25% y en 2014 se espera que la cifra total de turistas alcance los cuatro millones.
Pero estas multitudes de visitantes erosionan lentamente las empinadas escalinatas de arenisca de Angkor Vat, el mayor templo del sitio y también el más famoso, que antaño sólo subían sacerdotes oficiantes. Los visitantes trepan a las piedras caídas de templos no restaurados, como el de Beng Melea, a menudo bellamente esculpidas, y hacen recorridos de escalada quizá divertidos pero potencialmente peligrosos, ya que exponen a la piedra a una erosión acelerada más destructora que los siglos de abandono.
El aumento del turismo ha venido acompañado del crecimiento de la población instalada en el parque arqueológico de Angkor, que ha pasado de 22.000 personas en 1992 a 120.000 en 2010. La UNESCO y las autoridades camboyanas consideran que esta población debe estar implicada en el desarrollo del sitio y obtener una parte equitativa de los ingresos que produce el turismo.
En la actualidad, los residentes se ganan la vida recogiendo leña para las calefacciones, cultivando arroz o como empleados de la Autoridad Nacional APSARA.
Gracias a la ayuda de numerosos países, las autoridades del parque han emprendido varios proyectos destinados a mejorar el desarrollo sostenible de los pueblos situados dentro del parque y en sus alrededores. Decidida a incluir a la población local en todas las fases del desarrollo patrimonial, la APSARA ha creado para cada proyecto un mecanismo de consulta con un comité rector que incluye a representantes del sector privado, a residentes y al clero budista, muy activo en el sitio, ya que algunos de los templos de Angkor han mantenido su función religiosa a lo largo de los siglos.
Con todo, la presión que sufre Angkor como sitio del patrimonio mundial no sólo procede de su población. El dinero del turismo también ha transformado la ciudad aledaña de Siem Reap, antaño tranquila capital de provincia transformada hoy en una población en pleno auge en la que emergen a toda velocidad hoteles, pensiones, tiendas, cafés o restaurantes.
La clientela de estos establecimientos utiliza agua, en particular los turistas, amigos de zambullirse en las piscinas de los hoteles. Peor aún: la temporada alta turística coincide con la estación seca, lo que obliga a bombear agua subterránea, vaciando los acuíferos y desestabilizando el terreno arenoso sobre el que se erigen los templos. Además, los templos están construidos sin cimientos subterráneos, por lo que algunos de sus muros están comenzando a derrumbarse.
Por lo tanto, las obras de restauración de cuidado arquitectónico están de continua actualidad, pero no se han identificado todavía técnicas satisfactorias que permitan prevenir los daños que sufren los numerosos frisos, relieves y otros ornamentos que contribuyen a la delicada belleza de los edificios. Estos sufren erosión o decoloración tanto por culpa de la contaminación o del escremento de los murciélagos, pero también debido al vandalismo de quienes arrancan adornos para venderlos y de visitantes poco cuidadosos que frotan las fachadas con sus mochilas.
Una de las prioridades del CIC-Angkor, que en diciembre de 2013 cumplió veinte años de existencia, es por tanto manejar los flujos de turistas. Pero este organismo ejemplar de preservación del patrimonio (reúne a donantes y expertos del mundo entero bajo la presidencia de Francia y de Japón) se dedica también a alentar sin descanso las obras de restauración y las excavaciones arqueológicas y a formar a profesionales locales en gestión y preservación del patrimonio, incluyendo la variable del desarrollo sostenible en la estrategia adoptada para el próximo decenio.
A pesar de las muchas dificultades, la vitalidad de Angkor hace de él un modelo de gestión de un sitio gigantesco que atrae anualmente a millones de visitantes y permite vivir a gran parte de la población local. Que un proyecto así haya podido ver la luz en un país pobre recién salido de 25 años de guerra y matanzas muestra el potencial de la Convención del Patrimonio Mundial y de la solidaridad internacional.