A través de una selección de obras de diferentes periodos históricos y lenguajes, Playgrounds analiza el potencial socializador, transgresor y político que tiene el juego cuando aparece vinculado al espacio público
Playgrounds parte de una doble premisa. Por un lado, la tradición popular del carnaval nos muestra que existe la posibilidad de utilizar la lógica lúdica para subvertir, reinventar y transcender, aunque sólo sea temporalmente, el orden establecido, lo cotidiano devenido en mero ejercicio de supervivencia. Por otro lado, el imaginario utópico ha tenido a lo largo de la historia dos constantes fundamentales: la reivindicación de la necesidad de tiempo libre (que se contrapone al tiempo de trabajo, al tiempo productivo) y el reconocimiento de la existencia de una comunidad de bienes compartidos, cuyo principal ámbito de materialización sería el espacio público.
La aproximación histórico-artística a la dimensión política y colectiva de los espacios de juego que se propone en esta exposición arranca en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se inicia el proceso de conversión del tiempo libre en tiempo de consumo. Un proceso que puso en crisis el concepto de espacio público que comenzó a ser concebido no sólo como un elemento sobre el que se debe ejercer un control (político) sino del que también se puede obtener rentabilidad económica. De este modo, las ciudades empiezan a ser objetos de una planificación racional y utilitaria, y desde el ámbito arquitectónico se redefine y dota de nuevos valores al espacio de juego que se erige como uno de los puntos claves de la ideología moderna de lo público.
Esta ideología se fue reconfigurando en las primeras décadas del siglo XX, en las que, por ejemplo, se llevan a cabo proyectos que permiten recuperar y revalorizar terrenos que habían quedado totalmente destrozados por la guerra, convirtiéndolos en zonas de juegos destinadas a favorecer la autonomía infantil. El gran punto de inflexión de ese proceso de reconfiguración fueron los años sesenta cuando, como evidencian numerosas experiencias y prácticas artísticas y activistas de las últimas décadas, la subversión festiva y el desbordamiento antiautoritario propios de la lógica carnavalesca empiezan a ser usados como herramientas políticas con las que se intentan generar otras formas de hacer y pensar la ciudad, de organizar la vida en común.
Con cerca de 300 obras, la exposición del Museo Reina Sofía cuenta otra historia del arte, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, en la que la obra de arte contribuye a la redefinición del espacio público explorando la ciudad como tablero de juego, interrogando la actualidad del carnaval, reivindicando el derecho a la pereza, reinventando la plaza como el lugar de la revuelta y descubriendo las posibilidades de un nuevo mundo a partir de sus desechos. La muestra asume el modelo playground como una interrogación ideológica de un presente alienado y consumista.
Diferentes espacios
La muestra se encuentra dividida en varias secciones, que atienden cuestiones relacionadas con los espacios en su dimensión pública y socializadora. Con obras de artistas como Francisco de Goya o Maruja Mallo, la exposición arranca con unas salas dedicadas a la Actualidad del carnaval, un apartado en el que se recupera la figura de esta suspensión temporal de la vida social ordinaria que celebra la ambigüedad del mundo al revés, la mascarada y el juego de ser otro. En los años 90 resurgió el espíritu carnavalesco, aún vigente, vinculado a actos de denuncia, resistencia y nuevos modos de hacer política.
El Derecho a la pereza, también tiene su lugar de exposición y, está formada por las obras de autores como Henri Cartier-Bresson, James Ensor, Jean Vigo, Weegee, Humphrey Spender, Martin Parr o Fernand Léger. En ella se cuestiona la regulación del tiempo de trabajo y la necesidad de que el trabajador tenga su tiempo libre, como una condición de la paz social e internacional.
En la tercera parte, el visitante se encuentra con En los desechos del mundo, un nuevo mundo, donde se hace hincapié en cómo la calle, los solares vacíos y los terrenos baldíos emplazados en la periferia urbana han ejercido históricamente un atractivo especial como lugar de juego para los niños que escapa a la mirada e indiferencias de los adultos. . En 1935, Carl Theodor Sorensen propuso el término junk playground para referirse a su idea de un “parque en descampado”.
La cuarta es La ciudad, tablero de juego, a través de proyectos de artistas como Alberto Giacometti e Isamu Noguchi y de referencia a la literatura surrealista, se plantea la idea de ciudad como un laberinto que conduce de manera inmediata a su consideración como espacio de juego.
En la sección Modelo playground, hace referencia a un recinto tipificado, separado de la calle y destinado integralmente al juego, que constituye un engendro moderno que ha poblado el mundo de paisajes, obras y arrtefactos donde domesticar la radical alteridad del juego, siempre resistente a encasillamientos.
La revuelta del homo ludens se concentra en las experiencias del influyente movimiento de la Internacional Situacionista y en las provocadoras acciones del movimiento holandés provo, que defendían vivir una vida más intensa .
En Asalto al museo, se recuerda el proyecto que Palle Nielsen realizado en 1968, la inserción de un parque infantil en el Moderna Museet de Estocolmo que supone un proyecto emancipador de investigación pedagógica. Otro ejemplo contemporáneo fue el proyecto Edén, realizado por Hélio Oiticica en la Whitechapel Gallery de Londres, en 1969.
En Juegos de espacios, se explora cómo la cambiante sociedad de consumo y el desarrollo técnico de los años de posguerra fueron la base de nuevas soluciones urbanísticas y habitacionales formuladas por arquitectos como Cedric Price.
Finalmente, el visitante se encuentra con Reinventar la plaza, que recoge cómo las asambleas, manifestaciones y acampadas que se multiplicaron en 2011-Puerta del Sol (Madrid, España), plaza Tharir (El Cairo, Egipto), Syntagma (Atenas, Grecia), Wall Street (Nueva York, Estados Unidos) y otras tantas plazas, calles y barrios- devolvieron su dimensión pública y permitieron experimentar nuevas formas de organización y vida en común.
Hasta el 22 de septiembre de 2014 en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid – España)