El Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de las Naciones Unidas aboga en su edición de 2018 por soluciones basadas en la naturaleza para mejorar el abastecimiento y la calidad del agua y reducir el impacto de las catástrofes naturales
¿Y si las presas, los canales de riego y las plantas de tratamiento de aguas no fueran los únicos mecanismos para gestionar el agua? La Directora General de la UNESCO, Audrey Azoulay, y el presidente de ONU-Agua, Gilbert Houngbo, lo presentarán el 19 de marzo en el 8º Foro Mundial del Agua que tiene lugar en Brasilia.
En 1986, el estado de Rajastán (India) conoció uno de los episodios de sequía más graves de su historia. En los años que siguieron a esa catástrofe, una ONG creó con ayuda de los habitantes estructuras para recolectar el agua y regenerar parte de los suelos y los bosques de la región. Como resultado, la cobertura forestal aumentó en más de 30%, el nivel de los manantiales subterráneos subió varios metros y la productividad de las tierras cultivables mejoró.
Este conjunto de medidas constituye un buen ejemplo de las soluciones basadas en la naturaleza que pone de relieve la nueva edición del Informe, titulado, «Soluciones basadas en la naturaleza para la gestión del agua». Sus autores no consideran el agua como un elemento aislado, sino como parte integrante de un proceso natural complejo que pasa por la evaporación, las precipitaciones o la absorción del agua por los suelos. En este contexto, la cobertura vegetal, la presencia de zonas húmedas o la existencia de bosques son otros tantos elementos que influyen en el ciclo del agua y sobre los que se puede actuar para aumentar tanto la cantidad como la calidad de agua disponible.
«Necesitamos soluciones nuevas de gestión de los recursos hídricos para contrarrestar nuevos desafíos relacionados con la seguridad del agua planteados por el crecimiento demográfico y el cambio climático. Si no actuamos, de aquí a 2050 cerca de 5.000 millones de personas vivirán en zonas con escasez de agua. Este informe propone soluciones basadas en la naturaleza para gestionar mejor el agua. Es un desafío mayor que debemos abordar juntos y de manera responsable para impedir los conflictos relacionados con el agua», declaró la Directora General de la UNESCO, Audrey Azoulay.
«Durante mucho tiempo, el mundo ha recurrido en primer lugar a la infraestructura construida o «gris» para mejorar la gestión de los recursos hídricos. Al hacerlo, frecuentemente ha dejado de lado el conocimiento tradicional e indígena, que adopta enfoques más ecológicos. Tres años después del inicio de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible ha llegado el momento de considerar nuevamente las soluciones basadas en la naturaleza (SbN) para contribuir a la consecución de los objetivos de la gestión del agua», afirma por su parte Gilbert Houngbo, presidente de ONU-Agua y del Fondo Internacional para el Desarrollo de la Agricultura en su prólogo al Informe.
Apostar por la ingeniería ecológica
El uso de infraestructuras «verdes» –por oposición a las infraestructuras «grises»– para mejorar la gestión del agua apuesta por la ingeniería ecológica, que preserva el papel que desempeñan los ecosistemas, en lugar de por la ingeniería civil. En el terreno agrícola, que es con mucha diferencia el sector que más agua consume, sus aplicaciones son múltiples: el desarrollo de sistemas de irrigación «verdes» más eficaces permite por ejemplo disminuir la presión sobre la tierra, reducir la polución, y limitar la erosión de los suelos y la cantidad de agua necesaria.
Así, el procedimiento bautizado «sistema de intensificación del arroz», originalmente creado en Madagascar, privilegia la restauración de la función hidrológica y ecológica de los suelos en lugar del uso de nuevas variedades de semillas o productos químicos. Así, permite ahorrar entre un 25 y un 50% de agua, entre un 80% y un 90% de semillas o aumentar la producción de arroz entre 25 y 50%, según las regiones.
A escala mundial, se estima que la producción agrícola podría aumentar casi un 20% utilizando prácticas más ecológicas de gestión del agua. El Informe cita por ejemplo un estudio sobre proyectos de desarrollo agrícola realizado en 57 países de bajo ingreso, que muestra que usar el agua de manera eficaz, utilizar menos pesticidas y mejorar la cobertura vegetal del suelo puede aumentar el rendimiento agrícola en un 79%.
Estas soluciones «verdes» son también extrapolables al espacio urbano. Los ejemplos más visibles de ello son las fachadas vegetales o los tejados ajardinados, pero existen también maneras «naturales» de reciclar y recolectar el agua, de crear estanques naturales de retención del agua para alimentar las napas freáticas o de proteger las cuencas hidrológicas que alimentan las ciudades. Así, desde finales de los años 1990, el municipio de Nueva York protege las tres cuencas hidrológicas que la abastecen. La ciudad, que dispone ahora de la mayor fuente de agua no filtrada de Estados Unidos, ahorra así más de 300 millones de dólares anuales en costes de funcionamiento y mantenimiento de su sistema de tratamiento de aguas.
Como la demanda de agua continúa aumentando, los países y municipios se interesan cada vez más por estas soluciones verdes. Recientemente, China inició un proyecto bautizado «Ciudades esponja» para mejorar el abastecimiento de agua en zonas urbanas. De aquí a 2020 el país tendrá 16 «Ciudades esponja» piloto. El objetivo es reciclar 70% del agua de lluvia mediante suelos más permeables y dispositivos de colecta, almacenamiento y purificación del agua y rehabilitando las zonas húmedas aledañas.
El papel clave de las zonas húmedas
Las zonas húmedas, que cubren únicamente 2,6% del planeta, desempeñan un papel hidrológico de primer plano: tienen un impacto directo sobre la calidad del agua y actúan como filtros para retener algunas sustancias tóxicas derivadas de los pesticidas, los desechos industriales o la actividad minera.
Se estima que las zonas húmedas pueden por sí solas retirar entre 20 y 60% de los metales contenidos en el agua y retener entre 80 y 90% de los sedimentos de las aguas de escorrentía. Hasta el punto de que en algunas regiones se han recreado zonas húmedas para tratar al menos parcialmente las aguas usadas de origen industrial. Ucrania, por ejemplo, experimenta desde hace años zonas húmedas creadas por el hombre para filtrar productos farmacéuticos de las aguas usadas.
Con todo, los ecosistemas no pueden por sí solos asegurar la totalidad de las funciones depurativas. Por un lado, porque no permiten filtrar todas las sustancias tóxicas que se vierten en las aguas y, por otro, porque su capacidad es limitada: a partir de ciertos niveles el impacto negativo que afecta a un ecosistema se hace irreversible, de ahí la necesidad de identificar esos niveles.
Reducción del riesgo de catástrofes naturales
Las zonas húmedas actúan también como barreras y esponjas naturales que capturan el agua de lluvia, lo que limita la erosión del suelo y el impacto de ciertas catástrofes naturales, como las inundaciones. Pero, debido al cambio climático, los expertos prevén que la frecuencia y la intensidad de estas catástrofes van a acentuarse.
Algunos países ya están actuando en consecuencia: tras el tsunami que azotó sus costas en 2010, Chile anunció medidas para proteger las zonas húmedas que bordean las zonas costeras del país. Otro ejemplo: tras el huracán Katrina que afectó a Estados Unidos en 2005, el estado de Luisiana creó la Autoridad de Protección y de Restauración costera para luchar contra la degradación de las zonas húmedas del delta del Misisipi, cuyo mal estado tuvo mucho que ver con la amplitud de la catástrofe causada por el huracán.
A pesar de todos estos beneficios, todavía se recurre muy poco a las soluciones basadas en la naturaleza. La mayoría de las inversiones actuales siguen concentrándose en infraestructuras «grises», pese a que las «verdes» aportan soluciones prometedoras y complementarias a las infraestructuras clásicas. El Informe aboga por un reequilibrio entre ambos enfoques y recalcan que las soluciones basadas en la naturaleza se inscriben de lleno en los Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados por las Naciones Unidas en 2015.
Coordinado por el Programa Mundial de Evaluación de Recursos Hídricos de la UNESCO, el Informe Mundial es fruto de la colaboración entre las 31 entidades de las Naciones Unidas y los 39 socios internacionales que, juntos, forman ONU-Agua. Su presentación coincide cada año con el Día Mundial del Agua (22 de marzo) que se celebra todos los 22 de marzo.