París es el Louvre y la torre Eiffel, es la Plaza de la Concordia, le Grand y le Petit Palais, sus Campos Elíseos y la catedral de Notre Dame entre otras muchas joyas. Pero tal vez ningún elemento sea tan indispensable para la ciudad como el serpenteante transcurso del río Sena. Muchos ríos del mundo están indisolublemente unidos a la personalidad de la ciudad que recorren, en el caso de París, ¿podría uno concebir la ciudad sin la majestuosidad del río Sena?
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El río Sena se extiende a lo largo de unos 775 kilómetros. De ellos unos 200, que transcurren por la ciudad de París, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1991. La UNESCO reconocía así la importancia vital del río Sena en la evolución de la ciudad y su historia. Hay cerca de tres docenas de puentes sobre el Sena tan sólo en la ciudad de París. El río constituye además una de las vías fluviales y comerciales más importantes de Europa.
Las orillas del Sena fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1991. La UNESCO reconocía así la importancia vital del río Sena en la evolución de la ciudad y su historia.
Pero además de su importancia estratégica, económica y comercial, el río Sena serpentea alegre por una ciudad que parece dibujarse al arbitrio de su discurso. Desde sus aguas oscuras la urbe parece caminar más despacio. Los bouquinistes de París, en sus viejas casetas de latón verde, hacen negocios que en la era de los iphone ya parecen de otra época.
Algunos de los artistas e intelectuales más importantes de todas las épocas han paseado por su ribera escuchando su lento susurro y buscando en el reflejo de sus aguas la musa inspiradora. Sus aguas han visto arrojarse a cientos de almas desesperadas que decidieron exhalar su último suspiro lanzándose a su cruel abrazo, mientras miles de turistas recorren cada día, cámara en ristre, su animada ribera que a cada minuto se viste de colores distintos entre acentos de todas las partes del planeta. Otros lo recorren de arriba abajo en busca de un amor azaroso como el de Oliveira y la Maga de Rayuela, “y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas” (Rayuela, Cortázar).
Navegando por la historia.
La manera más cómoda y popular de recorrer el río Sena es en uno de los turísticos bateaux-mouches, que surcan el Sena desde el Pont de l´Alma hasta Notre-Dame. Navegando por sus aguas plácidas puede el viajero hacerse una buena composición de gran parte de la ciudad, además de disfrutar, desde una original óptica, de algunos de sus más emblemáticos monumentos. Este es uno de los puntos fuertes que ha llevado a la UNESCO a incluir la ribera del Sena entre sus bienes Patrimonio de la Humanidad.
Navegando por sus aguas plácidas puede el viajero hacerse una buena composición de gran parte de la ciudad, además de disfrutar, desde una original óptica, de algunos de sus más emblemáticos monumentos.
El “Batobus” es un barco turístico acristalado que recorre el río haciendo paradas en los principales puntos de interés de la ciudad: la Torre Eiffel, el Museo de Orsay, Saint-Germain-des-Prés, la Catedral de Notre-Dame, el jardín des Plantes, el ayuntamiento, el Museo del Louvre y los Campos Elíseos. Viajar en “Batobus” ofrece al turista una manera única de moverse por la ciudad lejos del bullicio y de los atascos. La amplia oferta que ofrece el Sena se completa con almuerzos a bordo, cenas con vistas al París iluminado, alquiler de barcos para grupos…
Varios de los edificios y monumentos más importantes de la ciudad se alzan a orillas del río Sena. Tal es el caso del más emblemático de todos ellos, la Torre Eiffel, que simboliza hoy día a toda Franca. La imagen de sus 330 metros de hierro desde el otro lado del río, es probablemente una de las imágenes más fotografiadas mundialmente. No en vano, este monumento, que sirvió como presentación a la Exposición Universal de París de 1889, ha llegado a ser el más visitado del mundo. Sin embargo ya desde su construcción y entre los intelectuales de la época, su buen gusto fue puesto en entredicho, como Guy de Maupassant, que en 1890 ironizaba diciendo: “dejé París y hasta Francia, porque la torre Eiffel acababa por aburrirme demasiado […]”, y no fue la única voz discordante
Menos controvertido, el Museo del Louvre es indiscutiblemente uno de los más importantes y visitados del mundo. El Louvre, que se estima contiene unas trescientas mil piezas de arte, de las que apenas expone treinta y cinco mil, refleja perfectamente el papel protagonista de Francia como potencia económica y cultural a lo largo de varios siglos. Sus obras más emblemáticas son La Gioconda, de Leonardo da Vinci, y la Venus de Milo, una de las esculturas más conocidas de la antigua Grecia.
La inmensa explanada del barrio de la Défense con sus rascacielos al fondo, la Catedral de Notre-Dame, ejemplo del esplendor gótico, o la Biblioteca Francoise Miterrand, que forma parte de la prestigiosa Biblioteca Nacional de Francia, son todos ellos testigos impertérritos del transcurso del río durante siglos.
Los puentes de París
Además de la evidente función práctica que tiene un puente, los de París representan también el elevado concepto artístico de los parisinos a lo largo de la historia reciente. Sólo así se comprende que cada uno de ellos goce de un estilo propio y personalidad. Sin lugar a dudas los numerosos puentes que atraviesan el río Sena en París constituyen una atracción turística en si misma.
Además de la evidente función práctica que tiene un puente, los de París representan también el elevado concepto artístico de los parisinos a lo largo de la historia reciente.
Los puentes datan todos de entre los siglos XV y XIX. El más antiguo y el más largo de todos ellos es, irónicamente, el llamado Pont Neuf (Puente Nuevo), que alberga la estatua ecuestre de Enrique IV. Este puente es pionero en varios aspectos. Se convirtió en su tiempo en el primero de piedra, así como el primer puente de París que no estaba cubierto. Es además el primer lugar de la ciudad en el que se construyen aceras para los peatones, y el primero también que dispone de balcones donde comerciantes y artesanos aprovechaban para vender su género.
El puente de Alejandro III es probablemente el más exuberante de los puentes parisinos. No en vano conecta dos de las orillas más emblemáticas de la ciudad: de un lado la explanada de los Inválidos con su palacio al fondo, y de otro el Gran Palacio y el Pequeño Palacio. La primera piedra de la construcción del puente la colocó en 1896 el zar Nicolás II de Rusia, cómo símbolo de la alianza franco-rusa, y el puente se inauguró cuatro años después coincidiendo con la Exposición Universal de París de 1900. Con una anchura de 40 metros, una profusa decoración y un único arco de 109 metros de longitud que permite salvar el Sena de un solo vuelo, se convirtió en uno de los máximos exponentes de la Belle Époque parisina.
El Pont de la Concorde une la famosa plaza del mismo nombre con la Asamblea Nacional. Su construcción data de la época de la Revolución Francesa, y su mayor singularidad quizá sea que está construido con parte de las piedras tomadas de la destrucción de la Bastilla. Durante el siglo XX dobla su anchura original ante el tráfico creciente, sin perder un ápice de su estilo neoclásico.
Otros puentes destacados son el Pont du Carrousel, así llamado por su cercanía con el Arco del Triunfo del Carrusel, y que quedó inmortalizado con el Louvre al fondo en una hermosa pintura en óleo de Vincent Van Gogh. El Pont Royal, mandado construir por el monarca Luis XIV, es el tercero más antiguo de la ciudad y conduce a los jardines de las Tullerías. El Pont Royal, junto al Pont Neuf y el Pont Marie, tienen la catalogación de monumento histórico en Francia.
Los candados de los enamorados
París es considerada uno de los destinos románticos por antonomasia. El Pont des Arts, cercano a la catedral de Notre Dame, es actualmente uno de los puntos álgidos para aquellos que vayan buscando lugares entrañables dónde guardar un recuerdo imborrable en pareja. Una reciente tradición invita, a todos aquellos que quieran jurarse amor eterno, a poner un candado en la baranda del puente y arrojar la llave al Sena, poniendo al río por testigo y guardián del amor.
Una reciente tradición invita, a todos aquellos que quieran jurarse amor eterno, a poner un candado en la baranda del puente y arrojar la llave al Sena, poniendo al río por testigo y guardián del amor.
Candados de todas las formas, grandes y pequeños, de llamativos colores y oxidados, algunos ciertamente antiguos, con nombres e inscripciones, contribuyen a construir el mito de París como “ciudad del amor”. Aunque la idea fue inicialmente puesta en duda por el ayuntamiento de la ciudad, finalmente se ha impuesto un fenómeno que ya se ha extendido a otros puentes como el del Arzobispado, justo detrás de la catedral de Notre-Dame, donde sus barandas también se ha llenado de coloridos candados en poco tiempo. Y el fenómeno continúa su expansión en múltiples ciudades como Roma, Florencia, Verona, Moscú, Berlín, Kiev, Praga…
Una playa en el corazón de París
Pero si hay un elemento moderno que ha ampliado aún más las ya de por si múltiples caras del río Sena, ha sido la incorporación en algunos de sus tramos de pequeños espacios playeros. Fue hacia el año 2002 cuando el por aquel entonces alcalde de París bromeo con la idea de que el verano en París no era perfecto por la imposibilidad de ir a la playa. Y así se convirtió aquel en el primer verano en el que parisinos y turistas vieron como en la ribera del Sena aparecía un nuevo espacio de arena, palmeras, sobrillas, tumbonas y hamacas, que daban aún más luz y colorido a la ciudad.
El verano del año 2002 fue el primero en que parisinos y turistas vieron como en la ribera del Sena aparecía un nuevo espacio de arena, palmeras, sobrillas, tumbonas y hamacas, que daban aún más luz y colorido a la ciudad.
La iniciativa tuvo tanto éxito que se ha repetido cada verano desde entonces. Y otras muchas ciudades del mundo han copiado su ejemplo. La playa de París cuenta además con espacios para la práctica de deportes o la celebración de conciertos y ha llegado a recibir hasta ciento cincuenta mil visitantes diarios.
Las playas del Sena, junto a sus amplias riberas convierten este espacio de la capital francesa en un lugar perfecto para el esparcimiento. Junto a una de las playas, bajo un puente, una docena de jóvenes juega al futbolín. No son futbolines tradicionales, los hay de sólo dos mandos, para jugar uno contra uno, y hasta de 16 en un campo interminable en el que juegan ocho jugadores por cada lado. Las risas de los participantes se las lleva lentamente la corriente.
Los bouquinistes
Los libreros que venden libros antiguos en cajas de latón, bouquinistes se les llama en francés, son una más de las estampas que hacen inmortal la ribera del Sena. Estas viejas casetas verdes, que ofrecen sobre todo libros antiguos y rarezas variadas, son uno de los elementos más significativos de la ciudad desde el siglo XVI.
Los libreros que venden libros antiguos en cajas de latón, bouquinistes se les llama en francés, son una más de las estampas que hacen inmortal la ribera del Sena.
Originalmente comenzaron su actividad en las inmediaciones del Pont Neuf, más tarde el éxito de sus negocios hizo que se extendieran a ambas orillas del Sena. Año tras año el Ayuntamiento de París vela por la continuidad de esta hermosa y pintoresca tradición, y elige cuidadosamente a los libreros. Hay quién tiene que esperar incluso años hasta su elección definitiva.
La lucha contra la era tecnológica ha provocado un brusco descenso en las actividades de compra venta de estos puestecillos, que tratan de sobrevivir a base de pequeños recuerdos y souvenirs, que van poco a poco arrinconando a los exhaustos libros.
La vida sigue su curso
El Sena late constante y continúo, es la arteria por la que navegan largos cargueros silenciosos especialmente diseñados para recorrer sus entrañas, junto a bulliciosos barcos repletos de turistas que inmortalizan desde el agua muchos de los monumentos más emblemáticos de la ciudad. Su importancia comercial convive día a día con el reclamo turístico a través de su cauce.
Mientras unos pasan a toda prisa, otros viven amarrados, los hay que leen o que pintan junto a su arrullo. Otros corren al ritmo de su corriente. Junto a la orilla, gentes de todas las nacionalidades pasean incansables, charlan con amigos, montan en bici, patinan, se pierden solos en sus pensamientos… y todos confluyen en torno al aroma que ha convertido la ribera del Sena en singular lugar de esparcimiento y disfrute general. Sus aguas siguen siendo un libro abierto, del que sin duda aún quedan muchas páginas por escribir.